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jueves, 3 de junio de 2010

AQUÉLLOS TRES MACHOS NEGROS

Nunca hubiera imaginado con qué facilidad aquella noche
me convertí en un auténtico voyeur, como tampoco es 
posible calcular en qué medida se me estaban exhibiendo
aquéllos tres tipos negros con los que me topé tras los 
primeros árboles que hay en una zona de cruising cercana
a la playa que suelo frecuentar, dependiendo de la necesidad
que tenga para ir en busca de algún que otro rabo para regalarle
una buena mamada. 

Parecía que la noche se iba a presentar algo aburrida, como
tantas otras, ante la casi nula presencia de coches en la zona.
Pero, ¿cómo iba a largarme tan pronto de allí? Por lo que me
decidí a aparcar y bajar del coche como para ver si caía algo que llevarme a la boca.

Me dirigí a un pequeño macizo de pinos y me adentré en
él, encontrando a mi paso infinidad de pañuelos de papel entre
las agujas secas de los pinos que poblaban el suelo, así como
infinidad de condones en diferente grado de descomposición,
dependiendo del tiempo que hacía del momento en que iban
entrando y saliendo del culo de alguno que en tal noche como
aquélla hubiera ido en busca del polvo prohíbido, o tal vez, a la búsqueda del polvo robado.

¿Cómo era posible que no me hubiera encontrado con nadie
aún en todo el trayecto que llevaba recorrido? Siempre había 
alguno. Aunque sólo fuera para tirarle los tejos sentado en alguna
de las piedras más grandes, esperando que se me acercara con
la bragueta abierta a la altura de mi cara y me dejara hurgar
dentro para lograr sacarle la polla e introducirla en mi boca para
empezar a mamársela.

La mayor parte de las veces había tenido que conformarme 
con ir absorbiendo lentamente el capullo hasta que tocara el
fondo de mi garganta, llegando incluso a la arcada, dependiendo
del ritmo de culeo del tipo que en ése momento me estaba follando,
no tanto la boca, como la garganta.

Cuando el tipo en cuestión está lo suficientemente cachondo,
es como si sintiera la necesidad de liberarse de aquello que le
oprime revertiéndolo hacia la cintura, soltándose la correa para,
acto seguido, dejar caer los pantalones hasta los tobillos.

Ante ese ofrecimiento en toda regla, no queda más que
hincarte de rodillas en el suelo acrecentando la mamada, sacar
luego la polla de la boca para tragarte, en la medida de lo posible,
el par de huevos que cuelgan a dos de dedos de tus ojos.

Hambre de hombre literalmente. Ante la imperiosa necesidad de
comer, hay que comérselo todo y obligándole a darse la vuelta, hundes toda la cara entre su culo como queriendo follártelo, no dejando ni un pelo, ni un poro, por recorrer con la lengua.

Ante tanto vicio, tanta tensión acumulados, sólo queda ofrecer el propio culo como queriendo mimetizar el ambiente con una
follada auténticamente bestial.

Acabando los dos extenuados, como formando parte de la noche
que envuelve el momento.

Todo esto eran recuerdos de noches pasadas algo más animadas
que la presente, por lo que no había reparado en que no me
encontraba solo realmente.

Una vez atravesada la pinada de tantas y tantas folladas y
mamadas pasadas, casi que me di de bruces con ellos. Tres
bellos cuerpos de terciopelo negro brillando ante el raso y
la luz de la luna.

Tan ensimismados estaban, follando a base de bien, follando
como solamente entre machos se puede follar, que no se
dieron ni cuenta de mi presencia por lo que decidí ocultarme
tras un pino.

¡Dios, cuanta belleza, cuanta procacidad juntas!
En toda mi puta vida me he pegado un pajote como el que
me hice aquella noche viendo follar a aquéllos tres machos negros.

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